Un día decidí echarle una carrera al viento.
Uno, dos, tres, empezamos.
Corríamos como dos presos huyendo de la policía. Éramos dos aviones. Él iba tan rápido que ni se le veía. En cambio yo hacía lo que podía.
Paré, y en ese momento entendí que él no había parado de hacerlo.
Miguel Peñarroja (1º ESO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario